lunes, 28 de septiembre de 2015

Cuando Kempes llegó a Valencia | PACO LLORET

El argentino dejó el invierno austral y se plantó en el ferragosto valenciano


El nombre. Mario Kempes. Sonaba bien. Al principio fue sólo eso. Un nombre llamativo. Las escasas referencias procedentes de Argentina aumentaban las expectativas: 'El Matador', así le conocían. Algunos, pocos, presumían, en aquella Valencia de mediados de los setenta, de conseguir 'El Gráfico', la biblia del fútbol argentino en la que se ensalzaba la irrupción de un zurdo cordobés que con 19 años ya se había consagrado en la catedral de Wembley. Dos goles a Inglaterra en su feudo tradicional. Aquella era una sociedad sin globalizar, sin acceso a imágenes lejanas; por ello, 'El Gráfico' se convertía un preciado tesoro, una publicación de culto de la que oíamos hablar con devoción a sus afortunados lectores. De esas páginas también salió una frase que no tardó en ser leyenda: «No diga Kempes, diga gol», que sufrió modificaciones con el paso del tiempo hasta confundir a quienes la pronunciaban. El orden de los factores no altera el producto: gol.


Otros, menos pudientes y snobs, sin posibilidad de ojear la prestigiosa revista editada en Buenos Aires, hacíamos esfuerzos por recordar al Kempes del Mundial del 74, pero la memoria en blanco y negro siempre nos conducía sin remedio a la imagen de un arrebatado Houseman batiendo la puerta italiana. Ni rastro de Kempes que seguía siendo un apellido bisílabo y armónico, nada más. En aquella selección albiceleste los aficionados seguíamos con interés a los representantes de nuestra liga: Carnevalli portero de Las Palmas, al que más tarde se añadirían Wolf y Brindisi; Ayala y Heredia del Atlético. Mario Kempes jugó como titular todos los partidos pero no consiguió marcar.


Dos años después de aquel torneo, se estaba gestando un Valencia rutilante. Pasieguito tenía órdenes claras del presidente Ramos Costa: fichar a Rainer Bonhof como fuera. El problema es que el alemán se negaba salir de su país hasta después del Mundial del 78 donde los germanos defenderían el título. Hombre previsor, Pasiego tenía un plan K. Un comodín en la manga. El secretario técnico se fue a Argentina con una idea entre ceja y ceja: fichar a Mario Alberto Kempes que jugaba en Rosario Central. «Cuando a un jugador del interior lo destacan tanto en 'El Gráfico' será por algo».


Allí contactó con Aguirre Suárez, el terrible zaguero del Granada que lesionó a Forment, integrante de aquel Estudiantes de La Plata que sembró el terror antes de recalar en España. Algunos delanteros de la época hacían todo lo posible por no verse las caras con él y, sospechosamente, sufrían contracturas días antes de viajar a Los Cármenes. Pero lo cierto es que Aguirre Suárez, que había estado bajo las órdenes de Pasieguito en la ciudad de La Alhambra, se convirtió en un aliado para cerrar un traspaso que se complicó hasta el punto de precisar de una votación entre los compromisarios del club 'canalla' de Rosario.


Y Kempes dejó el invierno austral y se plantó en el ferragosto valenciano. 16 de agosto de 1976. Su puesta de largo. Fiasco. Los anfitriones eliminados del Naranja por unos rusos que jugaron como si les fuera la vida. Ya lo decía Di Stéfano: nada de equipos comunistas en verano que nos retratan. Lo dijo cuando el Spartak de Moscú le marcó 5 goles al tierno conjunto de La Saeta en Mestalla sin despeinarse. Volvamos a Kempes. Todos conocen la historia: falló un penalti como guinda a su desastrosa presentación. Dos días después volvió al escenario. Segunda oportunidad. Derrota con el Hércules acompañada de un aguacero que compuso un paisaje desolador. A continuación vino el inevitable juicio y, por supuesto, la condena: vaya petardo. Su avalista hubo de dar las pertinentes explicaciones ante la superioridad. Pasieguito no daba crédito ante la evidencia de lo que parecía un error mayúsculo.


Empieza la liga. La grada al acecho. Primer domingo de septiembre, horario clásico de Mestalla: a las 22.30 horas, sin televisión y sin Tebas. Puesta de largo oficial del gran Valencia que va a comerse el mundo bajo la batuta de Heriberto Herrera. Enfrente, el Celta, los gallegos, que han recuperado la categoría tras una campaña en segunda, destilan oficio y aguantan sin grandes apuros el primer tiempo.


Los locales ofrecen una imagen mejorada, van de menos a más. Tras el descanso, los goles. Ambos de Kempes. El primero de cabeza, sobre la marcha, un giro de cuello hacia el primer palo que sorprende a sus rivales y a Fenoy, el portero, un compatriota suyo que lo conocía bien. Los defensas no atendieron sus instrucciones y cuando reaccionaron el balón ya estaba dentro. Fue el primer gol de Kempes. El primero de una larga lista. Poco después llegó el segundo, pared en la frontal del área con el 'Lobo' Diarte, visto y no visto, tres toques, pasa el balón, se lo devuelve el paraguayo en profundidad y la locura. 

Marito, que con el interior del pie izquierdo ajusta el remate final, se va hacia la grada del fondo norte, se arrodilla y alza los brazos. Nace el mito.

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