domingo, 12 de julio de 2015

Mario Alberto Kempes, el “Matador”, jugador de fútbol


No diga gol, diga Kempes


….quién me presta una escalera, para subir al madero para quitarle los clavos a Jesús el Nazareno. (Antonio Machado)


 Década de los 70. En un lugar indeterminado del noroeste peninsular, un niño juega en la alfombra del salón de su casa, mientras de fondo suena la voz doliente de un Serrat que canta al Cristo de los Gitanos, la televisión encendida, blanca, gris y negra, enorme, como las Telefunken de antes. En la pantalla fútbol, en la calle el invierno atlántico lanza impunemente una lluvia incesante que empapa el ánimo, ya de por sí melancólico, del nativo del lugar. Galaecia “fulget” en verano, pero en invierno ruge y silva, porque el viento no se doma.


El niño, indiferente al fragor de la tormenta, al sentir rítmico de los lamentos machadianos, juega en su alfombra verde esmeralda con dos lápices entre sus dedos. La atención puesta en sus cosas pero su intuición gritándole que levante la mirada y que abra los ojos. Algo pasa en la tele: un nazareno de blanco impoluto galopa desbocado por el prado futbolístico de un Mestalla sin bautizar. Los rivales sufren su brío, su potencia, su esbeltez, su instinto letal de goleador de alta cuna. El niño, con la mirada fija en esa TV en blanco y negro, embelesado por lo que ve, da volumen al aparato y oye por primera vez una cantinela que se repetirá en su subconsciente siempre que vea a un futbolista que domina el viento: “No diga Kempes, diga gol”.



Mario Alberto Kempes, el “Matador”, jugador de fútbol 

Querer ubicar a Kempes en un terreno de juego es como querer poner puertas al mar. Kempes es futbolista, juega de futbolista y ejerce de futbolista. Allá por donde pisa se hace notar y su posición es simplemente la de aparecer allí dónde puede iniciar su galope y finalizar la acción de la única manera que conoce: en gol. Siempre fui fiel a mis iconos futbolísticos y tengo que reconocer que, de entre todos los jugadores de fútbol que me han impresionado a lo largo de mi vida, el que más, el que está en la cúspide es Mario Alberto Kempes. Por lo tanto, me disculpo de antemano porque en este escrito se podrá encontrar de todo, menos objetividad. Todos mis juicios sobre este jugador salen del más estricto sentimiento de respeto y admiración, que espero poder acompañarlos de algún criterio futbolístico digno de tal personaje, pero la paridad que debe acompañar un análisis ponderado brillará por su ausencia. Espero sepan perdonar esta falta. El porqué Mario Kempes representa para mí el ideal de futbolista referente nace en la cabecita impresionable de un niño de nueve años que mira al fútbol con ojos de lince, escrutando todo lo que pasa dentro y fuera de un terreno de juego. Hay jugadores que marcan épocas por pertenecer a un equipo ganador, hay otros que son especiales porque reúnen todo el talento natural y se ven acompañados de todo el talento colectivo para brillar. Hay jugadores que deslumbran cuando llegan al equipo superior, los hay que de por sí son capaces de resolver todo lo que se le plantee por delante. Pero yo, corríjanme si me equivoco, sólo he conocido a un jugador que no jugando en los equipos más grandes del momento, no ejerciendo una influencia dominante en el estilo y la forma de jugar, no imponiendo una dinámica de poderío insultante, fuese capaz de destacar y hacer destacar como fue Mario Alberto Kempes.


Estéticamente, que me perdone Don Johan Cruyff, Don M.Platini, Pelé, el Bambino Rivera y un largo etcétera, pero, bajo mi criterio, nunca he visto a un jugador tan elegante y tan estético en su forma de jugar como Kempes. Además, en su estilo de juego, en sus maneras se dan la mano la perfección de correr y conducir la pelota, con todas las imperfecciones propias de un zurdo cerrado que tiene la pierna derecha para poder seguir corriendo y, a veces, como se hace en las grandes finales, marcar los goles determinantes, contra todo pronóstico y saltándose las más sagradas leyes de la física, las de Newton incluidas.



Mario Kempes no jugó en los mejores equipos de su época, pero destacó y puso en el candelero a aquellos equipos a los que representó. Su forma y estilo de juego evolucionó desde una posición centrada en el medio del campo, hasta un lugar indefinido en cualquier posición de ataque del equipo en el que jugaba. 


Su virtud principal era la conducción al galope tendido, sorteando todos y cada uno de los obstáculos que se le presentaban por el camino, sin necesidad de fintas, de engaños o pausas. Kempes recogía la pelota y con espacio iniciaba una carrera desesperada hacia la portería contraria con el objetivo de marcar gol. Si en el camino la situación requería otra acción buscaba la complicidad del compañero más cercano para la consecución de una pared que le permitiera proseguir en su loca cabalgada. Al final, dos consecuencias: el gol o la caída. No había otra en un fútbol que se caracterizaba, no como hoy, en un ejercicio de contundencia aprendida en los más embravecidos potreros y solares de la época. 

Kempes tenía el don del gol, el don del regate y la capacidad de ver mientras corría. Capaz de solventar problemas en situaciones impensadas, no reproducidas en procesos de entrenamientos previos, capaz de revolverse entre un galimatías de piernas sin perder el balón y si esto sucedía —lo podrán comprobar en multitud de imágenes— Kempes no volvía en busca de la pelota, no le hacía falta porque la pelota lo buscaba a él. ¡Verídico! Nunca un jugador que yo haya visto se ha favorecido tanto de las ventajas de los rechaces como Mario Kempes. En situaciones de igualdad, la pelota, pudiendo ir a cualquier sitio, siempre iba a parar a sus pies, ¿casualidad? Lo dudo. Prefiero dudarlo, quiero pensar que la pelota, sabia y consecuente, sabía elegir quién quería que la patease en el momento final. Si yo fuese pelota, también hubiese preferido que me patease Kempes.





Su trayectoria se inició en su Córdoba natal (Argentina) y pronto el Instituto de Córdoba lo invitó a formar parte de su elenco de jóvenes promesas, alguna de ellas destinada a vivir momentos de noble relevancia, como el inolvidable Osvaldo Ardiles. Su talento natural y su potencia de juego no pasaron desapercibidas para uno de los grandes del momento, Rosario Central. En el Gigante de Arroyito, Kempes dio buena muestra de su valor futbolístico y de su instinto goleador, quedando máximo artillero y ganándose el derecho a disputar el mundial de Alemania de 1974 con apenas 20 años. 

Allí, en su experiencia alemana, participó en un Mundial que fue frustrante para su selección, viviendo la confirmación de una selección holandesa que estaba llamando al fútbol por otro nombre. El fútbol clásico de pausa y requiebro dejaba lugar al fútbol total: “TotalVoetbal”. Kempes midió sus fuerzas con jugadores que estaban llamados a romper los moldes del fútbol moderno, sin ser consciente de que él mismo sería uno de ellos.

A su vuelta a Rosario, el joven Kempes sigue manteniendo su nivel competitivo, erigiéndose como uno de los mejores goleadores del campeonato nacional. Desde muy joven llamó la atención de los equipos punteros de su zona, teniendo incluso la oportunidad de poder vivir una aventura en el fútbol uruguayo. Pero Dios le tenía guardada una sorpresa al joven Mario. 

De todos es sabido que al séptimo día Dios descansó y en su aburrimiento inventó el fútbol para evitar esos largos domingos de tedio. En su conciencia supo que José el carpintero, San José, merecía un homenaje a la altura de sus servicios divinos, ser el padre del Cristo Nazareno debía ser recompensado como se merecía y ahí obró el milagro. Un día de verano de 1976 iluminó la mente de un visionario valenciano, “Pasieguito”, y le indicó el camino hacia dónde debía dirigirse. Sin pensarlo dos veces y ante la insistencia de Don Bernardino Pérez Elizarán, “Pasieguito”, el Valencia ficha a Mario Alberto Kempes, permitiendo su debut en un trofeo Naranja de aquel verano. Kempes dejo de ser “canalla” para convertirse en “ché”. 

Su inicio no pudo ser más desafortunado, sembrando de dudas el palco de un Luis Casanova que miraba como la nueva adquisición tenía enormes dificultades para adaptarse a las costumbres de un fútbol nuevo. En su debut en el torneo Naranja, el Valencia queda último y Kempes incluso falla un penalti. 

Pero, a pesar de la duda surgida, pronto convertirá las espinas del camino en un rosal en flor y Valencia vivirá una de las mejores etapas de su historia, disfrutando junto a su santo patrón del mayor de los regalos, el fútbol dinámico y determinante de Mario Kempes. 

Sus dos primeras temporadas en Valencia son apoteósicas, ganando el trofeo Pichichi al máximo goleador de la competición y situando a Valencia en la élite del fútbol nacional. Manzanedo, Pereira, Carrete, Tendillo, Arias, Bonhoff, Botubot, Subirats, Felman, Saura, Solsona, Pablo y otros tantos más, logran consolidar al Valencia como un outsider al campeonato de liga, por primera vez en muchos años. 

Su aportación al colectivo ché le sirve para que César Luis Menotti lo convoque para el Mundial que se celebrará en 1978 en su país, Argentina. 

Kempes formaría parte del elenco de elegidos para afrontar un evento lleno de controversia y conflicto social en un país bañado por el miedo y la tortura encubierta en un régimen de orden impuesto, dispuesto a hacer del Mundial una ventana al mundo a través de la que vender su quimera intransigente. 

Kempes iniciaría en este ámbito su camino hacia la gloria. 

Después de una primera vuelta decepcionante en dónde Mario no es capaz de anotar ningún gol, se inicia la fase definitiva del campeonato dónde “el Matador” sacará todo su potencial, llevando junto a otros míticos la selección albiceleste a la final ante la todopoderosa, pero huérfana de líder, Holanda de Enrst Happel. 

 Si antes del Mundial, un servidor había caído rendido ante el impacto futbolístico de Mario Kempes, en el Mundial de Argentina se asentaron las bases para elevarlo a icono inamovible. Los impactos emocionales vividos en la más tierna infancia tienden a llevarse dentro de uno mismo el resto de la vida y a hacerlos coherentes con las maneras de pensar de uno, aún a riesgo de manipular la realidad. Kempes consiguió en el Mundial de Argentina 78 confirmar mi predilección hacia su juego. El tiempo ha conseguido justificar mi gusto y mi respeto. 

 Kempes se proclama con sus compañeros Campeón del Mundo y máximo goleador del campeonato y se le considera como el mejor jugador del torneo. 

 Fuera del ámbito FIFA, Kempes y el resto del equipo argentino encabezado por Menotti se erigen como leyendas silenciosas que convirtieron un momento de drama y terror en dos horas de absoluta algarabía. Por un momento y sin saber sus consecuencias, serían los héroes del pueblo, de esa gente que, como bien dijo en su momento Menotti, es la que se sienta en la grada y no en el palco, la gente de la calle, del barrio, la que sufre la ausencia del ser que le han arrebatado. 

Kempes, Menotti, Bertoni, el mítico Tarantini, (otro ídolo, por cómo fue capaz de estrecharle la mano al General Dictador Videla, después de haberse atusado profusamente la melena testicular), Ardiles y el resto del plantel convirtieron un país perdedor de mundiales, perdedor de derechos civiles, perdedor de esperanzas inmediatas, en un Campeón del Mundo. 

Después del Mundial 78 y pasados los años, después de conocer lo que allí ocurrió, cómo ocurrió y las consecuencias de aquellos actos, Kempes pasó a convertirse en mi subconsciente futbolístico en un referente del ídolo humilde, el ídolo que no crece por jugar en los grandes, sino que hace grande al equipo en el que juega y crece hasta las alturas del éxito trabajado desde el contexto de la simbiosis de intereses comunes. 

A su vuelta a Valencia, transmite su aura ganadora al resto del equipo y en 1979, el Valencia se alza con la Copa del Rey al vencer al Real Madrid, con dos goles de Kempes, marcando de la forma en que se marca en las finales, con la derecha y sin pensárselo mucho. 

 Este triunfo les permite jugar en 1980 la Recopa de Europa, torneo al que llegan a la final, que disputarán frente al Arsenal de Londres. 

En una final épica, jugada en el estadio Heysell de Bruselas y bajo las órdenes de Don Alfredo Di Stefano, el Valencia juega un partido mítico en el que Kempes es protagonista por un doble motivo: Por un lado ser el referente ofensivo de su equipo durante los 120 minutos de partido y, por otro, por fallar el primer y decisivo penalti de la tanda final. 

Ese día, San José no necesitó de los servicios de Kempes porque había iluminado con luz propia a un gallego de la ría de Pontevedra, Pereira, que con su acierto, detuvo el primer y último penalti al equipo inglés, concretamente a Graham Rix, convirtiendo al Valencia C.F. en campeón de campeones. 

Al año siguiente se alzarían con el trofeo de Supercopa de Europa imponiéndose al sorprendente y mítico Nottingham Forest de Brian Clough y Peter Taylor. 

En 1981 Kempes es vendido al River Plate, donde jugaría por un espacio corto de tiempo, viviendo las sensaciones de un crack en un equipo siempre obligado por historia y prestigio a ganarlo todo. Su vuelta inmediata provocada por problemas económicos del club de ‘los millonarios’, permitió al Valencia volver a disfrutar de su líder perdido. 

Después de vivir un mundial 82 en España aciago y descorazonador tanto a nivel individual como colectivo, Kempes inicia una trayectoria por diferentes equipos del centro de Europa, volviendo a España para encabezar una aventura apasionante en un Hércules que vivía tiempos de gloria en Primera División. 

Su paso efímero por el equipo alicantino será recordado por su aporte de clase y criterio en un equipo que no estaba llamado para grandes metas, pero que supo aglutinar el talento del crack y el trabajo del operario humilde y recio. 

Su trayectoria futbolística se fue diluyendo poco a poco hasta terminar por decantarse hacia tareas de entrenador, camino para el que no estaba llamado por los duendes del fútbol. 

Actualmente destaca en su labor de difusión periodística en la cadena ESPN para América Latina, al lado de uno de los referentes del medio como es Fernando Palomo. Pero esta ya es otra historia. 

Mario Alberto Kempes, “el Matador”, dominador del viento, jugador de fútbol, galope y ritmo, estética y gol. 

Considerado entre los 100 mejores jugadores de la historia por la FIFA, uno de los seis mejores futbolistas argentinos, según los críticos de su país. Para mí, el jugador que despertó en mi niñez el deseo de ser futbolista, el querer jugar así: altivo, elegante, nazareno de blanco impoluto, de valorar el criterio, el gol y el sentimiento de un juego que nos alegra la vista y nos ilumina el espíritu.



ALEX COUTO LAGO
Entrenador Nacional Fútbol, Máster Profesional en Fútbol. Ldo. CC Empresariales. 
Colaboro en http://martiperarnau.com . 
Autor: 'Grandes Escuelas de Fútbol Moderno'

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