sábado, 22 de agosto de 2015

Revista TodoDeportes: No diga gol, diga Mario Kempes


Mario Alberto Kempes fue el adelantado a su época. Se convirtió en el traspaso más  caro entre clubes argentinos y  en el líder de la primera  Argentina campeona del Mundo.  Nunca presumió de eso.



CONRADO VALLE
Mario Alberto Kempes  cuesta encon trarle su sitio  en el olimpo  del futbol. Está como en zona  de nadie entre los legendarios  de este deporte.

Para muchos,  su lugar está en un escalón  intermedio entre los Pelé, Di  Stéfano, Cruyff, Maradona y  el resto de grandes de la his toria de este deporte. Su alma  gemela en este sentido pu diera ser Eusebio, aunque los  acérrimos de Marito, como lo  conocían de niño, siempre po drán decir que a diferencia  del portugués, su ídolo ganó  un mundial. Alguno de sus  fanáticos incluso iría más allá  y diría que fue Kempes quien  hizo ganar a Argentina su pri mer mundial, como Marado na su segundo.
Posiblemente las genera ciones que no lo vieron jugar  conozcan a otras leyendas  más que a Kempes. Al menos  aquellos aficionados que no  lo son del Valencia, porque  para la mayoría de los va lencianistas no hay otro más  grande en la historia que el  Matador. Sin embargo, la IF FHS lo catalogó como el sexto  mejor futbolista argentino del  siglo XX. Quizás ese reco nocimiento menor hacia su  figura se deba precisamente a  que en Europa solo amó al  Valencia, y en el ocaso de su  carrera deambuló por Hér cules, First Vienna, Saint Pols ten y Kremser.
Seguramente  también pudiera tener algo  que ver el hecho de que  nunca  tuvo el ego que envuelve a los  futbolistas en general y a las  estrellas, en particular.
César Luis Menotti, el se leccionador de Argentina en  1978, escribía en la biografía  de Kempes lo siguiente: “Re cuerdo que en medio de la  locura de los festejos me dijo:  ‘Gracias por llamarme, César.  Esto se lo debo a usted’. No  podía creer que él me es tuviera agradecido a mí”.
Otro  ejemplo de su forma de ser: el  día después de ese agrade cimiento a Menotti, apenas 24  horas después de ser el autor  de dos de los tres goles de  Argentina a Holanda en el  Monumental de Buenos Ai res, Kempes viajaba de re greso hacia su querida Bell  Ville, en el coche, con sus  padres, como quien vuelve a  casa tras haber pasado unas  vacaciones en la playa. In cluso a punto estuvo de dar  media vuelta y volverse por  donde había llegado, y todo  por un ataque de timidez que  le entró cuando se enteró de  que en su localidad natal lo  esperaban multitud de veci nos en las calles y un camión  de bomberos a la entrada, pa ra pasearlo por la ciudad co mo héroe nacional.
Kempes fue un futbolista  que marcó un antes y un des pués en el futbol argentino.  Pero su figura también quedó  en parte eclipsada porque a la  par que su ciclo enfilaba la  recta final, emergía con fuer za la de otro compatriota suyo  que, en su caso, iría más allá y  alteró el orden del futbol  mundial: Diego Armando Ma radona. Ambos compartieron  vestuario en la selección  —Maradona, de hecho, fue  uno de los tres últimos des cartes que Menotti hizo de  cara al Mundial de 1978, y  después coincidieron en el de  España de 1982—. Fueron,  además, rivales en cinco clásicos entre Boca y River Plate.  Aquello sucedió en 1981 y la  sola presencia de ambos en el  torneo Argentino animó la  competición. 
Maradona marcó más go les en esos cinco enfrenta mientos que el Matador  —cinco por tres—, aunque  Kempes ganó un partido más.  Entre ambos siempre hubo  química. Maradona respetaba  la figura de su antecesor, por  ser el ídolo de la patria   hasta  que él llevó a Argentina a  ganar el Mundial de México  en 1986. Además se entendían  en lo personal. Cuenta Kem pes en sus memorias que a los  pocos días de haber llegado a  Buenos Aires, tras haber fi chado por River luego de su  primera etapa en el Valencia,  Maradona lo recogió en el  hotel donde quedó hospeda do y se los llevó a él y su  familia a comer a su casa.     
Kempes nació un 15 de julio  de 1954. Lo hizo en Bell Ville y  su labor durante parte de su  vida fue la de hacer goles.  Ahora los narra y comenta en  la cadena ESPN. Entre medias  probó fortuna, sin éxito, como  entrenador en parajes tan  exóticos como impropios pa ra su personaje  como el Pelita  Jaya de Yakarta, el Lushnja de  Albania, el Mineros de Ve nezuela o los bolivianos del  The Strongest y el Blooming.  Incluso hizo sus pinitos en el  futsala, en el Autocares Luz de  Valencia. Pero si por algo será  recordado es por lo que hizo  con un balón en los pies con el  dorsal 10 en la espalda.
Durante 19 años como pro fesional militó en nueve clu bes —tres de Argentina: Cen tral de Córdoba, Rosario Cen tral y River Plate; cinco en  Europa: Valencia, Hércules,  First Vienna, St. Polsten y  Kremser; y uno en Chile: seis  meses en el Arturo Vidal de  Segunda División, donde col gó definitivamente las bo tas—. En 555 partidos oficiales  anotó 307 goles. A ellos hay  que sumar los 20 que anotó en  los 43 encuentros que disputó  durante sus nueve años como  internacional de Argentina,  llegando a disputar tres mun diales —Alemania 1974, Ar gentina 1978 y España 1982—. 
Seis de esos goles con la  Albiceleste los celebró en el  torneo de 1978, en el que,  además de proclamarse Cam peón del Mundo, fue nom brado Mejor Jugador y Bota  de Oro. Si en su casa no tiene  Kempes un Balón de Oro es  porque por aquel entonces  France Football solo los en tregaba a los nacidos en Eu ropa. Lo que sí tiene  son tres  títulos con el Valencia —Copa  del Rey, Recopa de Europa y  Supercopa de Europa—, dos  galardones de máximo golea dor de la liga española —con  24 goles en la 76-77 y 28 en  77-78— y un Campeonato Na cional que se adjudicó en 1981  con el River Plate, que en trenaba Alfredo Di Stéfano, al  que ya conocía Kempes de su  anterior etapa en el Valencia.
Delantero corpulento 
Incluso era propenso a en gordar, por lo que cuidaba, y  mucho, su alimentación. Ben dita mano la de su madre,  Eglis, con los pucheros, a la  que el Valencia se encomendó  para que alimentara a su hijo  como solo ella sabía hacer  durante sus primeros años  por Mestalla. La fotografía de  Kempes va asociada a su fron dosa melena  al viento, mien tras corría cual tren de mer cancías superando a cuantos  rivales se le pusieran por de lante. Así marcó uno de sus  dos goles contra Holanda en  la final del Mundial, cabal gando entre defensas hasta  poder rematar a Jongbloed y  zafándose casi a empujones  de Suurbier y Poortvliet para  poder enviar a la red el balón  con los tacos. Así anotó tam bién uno de sus dos goles con  el Valencia en la final de Copa  del Rey de 1979 contra el Real  Madrid, en el Manzanares,  arrollando a San José y Del  Bosque y fusilando a García  Ramón. 
Kempes era un futbolista  de talento y furia. De potencia  y precisión. Pelé lo definió  como “un jugador de toda la  cancha. Tiene esa increíble  energía que lo hace estar de fendiendo en un determinado  momento y de pronto colo carse en posición de hacer  goles, empujado por su in saciable apetito de red”. Pre cisamente por su mayúscula  fuerza trataron de atacarlo. En  la prensa de Brasil, en los días  previos a la semifinal ante  Argentina de 1978, se le llegó a  difamar con una nunca de mostrada adicción a los es timulantes. “¿En qué se con vertiría el futbol mundial si de  pronto, y a raíz de ese talento,  lo acusamos de tomar dro gas?”. Las palabras en defensa  suya no son de ningún com patriota. Fueron dichas por el  propio Pelé. 
Kempes era también un  maniático de costumbres. Ri tuales en la preparación de los  partidos que fue acumulando  con los años y repitiendo una  y otra vez. Por ejemplo, el de  afeitarse el bigote dos horas  antes de cada partido. Todo  comenzó cuando en la previa  de  Argentina frente a Polonia,  de la primera fase del Mundial  de 1978, tras tres partidos en  los que el Matador no había  visto puerta, Menotti se acer có y, tras haberle insistido  antes el Tolo Gallego y Pas sarella, le dijo: “Mario, aféi tese, a ver si cambia su suer te”. Así lo hizo y así sucedió. 
También hay un origen de la  cinta adhesiva blanca que  siempre se colocaba debajo  de la rodilla derecha antes de  salir a jugar. Fue en un partido  en Mestalla, contra el Rayo  Vallecano, de la temporada  1977-1978. Kempes estaba ju gándose el Trofeo Pichichi  con Santillana. Ese día notó  un pinchazo en la articulación  y fue atendido por los doc tores. Como remedio de ur gencia le colocaron una cinta  adhesiva blanca.
Volvió al  campo y anotó cuatro goles,  con lo que superó en la tabla  al delantero del Real Madrid.    
Marito pudo haber sido  carpintero, como su padre, co mo Mario Alberto haber ini ciado su carrera en la base de  Newell’s Old Boys, pero   se  empeñó en ser futbolista, co mo también lo había sido su  progenitor, y este se negó a  que se fuera tan lejos de Bell  Ville cuando era joven y prefirió que probara en el Ins tituto Atlético Central Cór doba, para que al menos pu diera dormir cada noche en  casa. Su forma de recalar en el  que era su primer club grande  también evidencia su perso nalidad. Digamos que fue a  pasar una prueba con carta de  recomendación. Cuando llegó  y el entrenador le preguntó su  nombre,  respondió: “Mario  Aguilera”. “¿Usted no conoce  a un tal Kempes, que también  viene de Bell Ville y dicen que  es muy bueno?”. “No, no lo  conozco”. Cinco goles en cua tro partidos le sirvieron para  que en una semana firmara su  primer contrato. 
La rentabilidad que Insti tuto le sacó a su fichaje queda  fuera de toda duda, al recor dar que solo una temporada  después fue traspasado a Ro sario Central por US$160 mil,  convirtiéndose en ese instan te en el traspaso más caro en  el mercado argentino y él, con  solo 19 años, en el futbolista  mejor pagado. Tampoco en  Rosario les salió mal el ne gocio. Dos años después, el  Valencia abonó US$600 mil   y  rompió de nuevo los registros  de traspasos en Argentina.  Los pagó, eso sí, antes del  plebiscito para decidir entre  todos los socios de Rosario  Central si le vendían; mil 199  votaron y 967 aceptaron. 
Kempes llegó al Valencia  gracias a los recortes de es tadísticas de la Revista Grá fico, que ojeaba cada semana  Bernardino Pérez, Pasieguito.  Al entonces director depor tivo le llamaron poderosa mente la atención los regis tros goleadores del delantero  de Rosario Central. No había  como ahora la facilidad de ver  futbol a todas horas por la  televisión, y Pasieguito se  apersonó en Rosario para ver  durante dos semanas entrenar  y jugar a Kempes, a quien ya  por aquel entonces se le co nocía  con el apodo del Matador, que le puso el  periodista  José María Muñoz,  durante la narración de un gol  suyo a Boca Juniors y que hoy  es una marca registrada. So bra decir que Pasieguito no  lo  pensó dos veces. 
Kempes fue, y aún  lo es, el  futbolista más grande del Va lencia. Su presencia en Mestalla significó para la entidad  un salto cualitativo y, sobre  todo, su auténtica internacio nalización. El Valencia era  desde hacía décadas un club  laureado e histórico en Es paña, pero, más allá de que  tuviera en sus vitrinas dos  Copas de Ferias, gracias a la  figura del Matador fue cuan do de verdad abrió fronteras.  A fin de cuentas, en el Va lencia jugaba quien en esos  instantes era el mejor jugador  de futbol del mundo.
Con Kempes, además, ganó  el título más prestigioso que  tiene el club a nivel conti nental: la Recopa de Europa  de 1980. Final en la que, por  cierto, demostró su condición  de jugador de equipo y pre cisamente a raíz de ese en cuentro arrancó su particular  calvario con las lesiones. Por que Kempes no estaba en ple nas condiciones como para  participar, tenía la rodilla in flamada y fue duda hasta úl tima hora. De hecho, apenas  tocó la bola durante los 90  minutos  y la prórroga, y hasta  falló su lanzamiento, el pri mero, en la tanda de penaltis.  Pero Di Stéfano habló con él  antes de la final y le pidió que  jugara. Le vino a decir que con  solo saber que Kempes estaba  enfrente suyo los defensores  del Arsenal le prestarían es pecial atención y dejarían li bre de marca a otro com pañero. Y eso hizo todo un  campeón del mundo, sacri ficarse por el equipo. 
Kempes sirve como para digma de la exigencia de Mes talla, y a la vez  de su entrega  hacia aquellos futbolistas que  dan todo lo que tienen por su  Valencia. Como recuerdan los  que estuvieron en aquel Tro feo Naranja de 1976, en el que  Kempes se presentó en so ciedad: “Si Mestalla se le silbó   a Don Mario Alberto Kempes  en su primer partido con el  Valencia, ¿qué jugador puede  pensar que está libre de no ser  silbado?”. Porque eso sucedió,  sí. Kempes fue silbado apenas  aterrizado en España.  
Aquella noche el Matador  no estuvo precisamente fino  contra el CSKA. En realidad  fueron unos días estresantes y  que tuvieron la guinda con  aquel mal partido. Largo viaje  desde Argentina a Madrid, del  frío invierno al caluroso ve rano con solo bajar de un  avión, y hasta un susto se  llevó durante la revisión mé dica. En las radiografías apa recieron unas manchas ne gras en el estómago, que fi nalmente resultaron ser per digones que había ingerido en  un restaurante de Motilla de  Palancar junto a unas sucu lentas codornices en escabeche. 
Dicho todo ello, no es de  extrañar que ante el CSKA  fallara cinco claras ocasiones  de gol y hasta lanzara fuera un  penalti. Pero tales argumen tos exculpatorios no impidie ron que el presidente Ramos  Costa escuchara cómo desde  la grada llamaban “burro” al  que era su fichaje estrella y  que él mismo buscara en el  palco  a Pasieguito con mirada  de ‘¿qué me has traído?’. En tonces el secretario técnico  no dijo nada. Hoy bien podría  decir que trajo al mejor fut bolista de la historia del Va lencia.

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