sábado, 12 de octubre de 2024

KEMPES, EL SEÑOR DEL FÚTBOL...

KEMPES, EL SEÑOR DEL FÚTBOL... 
Por Eliseo Trillini 

El partido ante la Selección del Sur era la excusa perfecta para presentar nuevamente ante su público al jugador más esperado previo al Mundial ’78. Regresaba Mario de España para ponerse la celeste y blanca y todos estábamos ansiosos y felices. Era la recta final hacia lo que sería la inolvidable consagración en el Monumental. 

No podíamos faltar. Por eso, la orden que recibimos de los jefes del diario El País en la Noticia fue contundente: “viajás a cubrir ese cotejo pero tenés que traer una nota con Kempes”. No había excusas ni justificativos. La inversión tenía un solo objetivo. 

El vuelo de ida se complicó, tanto para los periodistas como para la Selección. La espesa niebla demoró más de la cuenta la llegada a Bahia Blanca y casi todos arribamos sobre la hora. Fue imposible ir al hotel y conversar con el cordobés. En la cancha, luego de la goleada, en unos vestuarios precarios y atestados de colegas y curiosos, también fue una utopía acercarse al ídolo. Nos quedaba sólo la oportunidad que Mario baje al lobby del alojamiento. Eso tampoco ocurrió porque la orden del profesor Pizzarotti fue estricta: Nadie se mueve de sus habitaciones. La nota parecía esfumarse y ya se dibujaba en mi mente las caras del Negro Héctor Cardozo, Jorge Brisaboa y el resto de la Redacción cuando regresara a Rosario con las manos vacías. 

No les podía fallar. Sin embargo, al que insiste Dios lo ayuda y apareció el milagro. Bajó Houseman y le pregunté por el número de la habitación de Mario. El Hueso, otro humilde fenomenal, me pasó el dato. Me escubíllé por las escaleras y con todo atrevimiento golpee la puerta. Abrió el “Guaso” y preguntó: “¿quién sos vos, qué hacés aquí?”. Nervioso respondí: “Mario, soy de Rosario, me manda un amigo tuyo, Jorge Balbo (compañero del diario), necesito sí o sí una nota con vos”. Abrió sin problemas y luego de preguntarme por Jorge nos dispusimos a realizar la entrevista.

La cuestión no sería sencilla y lo que seguiría es digno de un cuento tragicómico. Sobre la cama estaba descansando Humberto Bravo. Sólo cubierto con una toalla, recién terminaba de ducharse. Mario en calzoncillos. Así arrancamos el reportaje. 

Segundos más tarde vuelven a golpear la puerta, era Pizzarotti, quien había escuchado voces fuertes. Preguntó desde el pasillo qué ocurría y le respondieron: “el sonido del televisor está alto”. Mario me hizo señas que pasemos al baño para evitar ruidos y mientras él se afeitaba y yo me acomodaba en el inodoro, papel y lápiz en mano, casi temblando, fue confeccionándose aquél reportaje que resultó histórico. Era la primera vez que estaba frente a uno de los monstruos del fútbol, a quien también admiraba y que me terminó demostrando ser un fenómeno de persona.
Después llegó la gloria del Mundial ’78. A partir de allí nació una amistad y un respeto enorme hacia un tipo diferente, sencillo, humilde, amigo de sus amigos, quien en ese lluvioso y gélido atardecer bahiense me tendió un puente gigante para seguir el camino hacia mi consolidación periodística.


En 1994 en pleno suceso del programa Deportes de Primera por Cablehogar, Mario había sido invitado por los dirigentes de Central para un partido homenaje en el Gigante. Lo dejaron colgado. Sin hacer escándalos, fiel a su estilo, estaba dispuesto a retornar a Córdoba. Tuvimos la idea de llamarlo y ofrecerle nosotros armar un encuentro con sus ex compañeros auriazules ante un equipo de periodistas. Mario aceptó y aquella noche en el estadio cubierto de Provincial hasta nos dimos el gusto de enfrentar a quien, en mi humilde opinión, fue un grande entre los grandes.


Ni la sangre inocente derramada por los militares asesinos que gobernaron el país en el ’78 mancharon el esplendor y la decencia de un fenómeno: Mario Alberto Kempes.